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jueves, 26 de julio de 2012


















S'ha fet fosc a la ciutat. Aviat s'obriran noves clarianes per aquells que les demanin. Per la meva part, mai estic prou segur de que ja es de dia fins que em parlen els ocells. El dia que es tornin muts, em quedaré al llit, cobert de llençols, esperant a que cantin. Per sort, són puntuals i m'aixequen el somriure mentre baixo del llit que tinc als núvols. I ja me'ls quedo a dins meu. Cau l'aigua a les meves parpelles, que són els seus nius, i es queden a dins esperant que acabi de rajar l'aixeta. Un cop he acabat, recullo la roba i la tovallola, i començo a pujar les escales que em porten cap al safareig. Llavors deixo la roba dins i camino cap a l'estenedor tot recorrent la terrassa. I sempre em sorprenc quan els ocellets em criden l'atenció perquè m'he quedat quiet sense motiu aparent. Aleshores me n'adono de que porto una bona estona mirant el principi del teu carrer, esperant sense voler-ho, que apareguis allà i vulguis creuar la teva mirada amb la meva. Somrient, penjo la tovallola i baixo les escales navegant a la deriva, com els nostres eterns dies.



David.

martes, 24 de julio de 2012

ERNEST DESCALS - PINTOR



Probablemente, pertenezco a la última generación que conoció los mercados. Los mercados de plaza, de villa. Los mercados de colores y voces adultas. Conocí los mercados desde abajo, alzando los talones para poder ver el mostrador. Conocí los mercados de pasillos oscuros, de cochecitos de bebé. Conocí los mercados de vecinos, de probar la fruta antes de comprarla, de regalar aceitunas a los que éramos niños. Será cruel el lenguaje que regala homónimos injustos, que abraza al eufemismo. Hace tiempo que el mercado es lucro de pocos y castigo de muchos. Hace años que ya no es un edificio, sino una invisibilidad que nos rige. Una mano que seduce a políticos y banqueros, y que ahoga a las famílias de humilde corazón. Es poco más que un monumento al éxito, un Dios sin moral ni espiritualidad que igual de escondido que las divinidades, nos contagia su condición invisible, nos vuelve mudos sin decir y nos encuentra sin buscar. Y parece quedar poca gente que no viva para ganar, para alcanzar éxito. Parece que no hayamos venido a vivir la vida, sino a vencerla. ¿Pero quién la vive cuando vive para vencerla? Siempre he pensado que la vida se nos ofrece para pasearla, no para correrla. Y eso no excluye la satisfacción humana, que se alimenta de utopías, no de triunfos y laureles. Me gustaría ser el primer hombre en hacerle una oda al fracaso. Al fracaso que tan injustamente se nos ha asignado como una derrota vital. Y volver a jugar por jugar, no para pisotear ni señalar al mediocre. Me gustaría crear un mundo de mediocres orgullosos, en el que se prohíba la entrada a los mediocres que lo disimulan reprimiendo, a los mediocres que sólo conocen la generosidad en la medida que regalan miedo al resto de mediocres. A los mediocres de corbata, de clase y frontera. Y no es el padecer del síndrome de la Edad de oro, sino la convicción de que los misiles caen desde el cielo, pero nacen en la tierra y en la mezquindad de los hombres, que cotiza al alza en esos mercados, avalistas del dolor, de las guerras y de la injusticia social. Esos mercados repletos de vaciedades, de números verdes y rojos, de primas, de deudas y de egoístas. Esos mercados de campana de Wall Street, de infamias de seis horas y media, cinco días a la semana. Y yo soy un mediocre indignado, pero no un mediocre indigno hasta de tal adjetivo.


domingo, 22 de julio de 2012

Alejarse de la ciudad acerca el corazón a su dueño;
puede uno hasta escuchar sus latidos sin confundirlos
con gritos o claxons, y es tan dulce esa paz, que a veces 
el alma se sale del cuerpo, para observarse desde arriba.
Después de conocer la vida simple, llena de colores,
es incapaz de alegrarme la idea de volver al cemento gris, 
al tráfico, a los desconocidos que caminan con prisas, a esa
sensación de que en las ciudades nadie quiere conocerse...
Y vivir en la tranquilidad. Nos he visto allí, en ese jardín,
en esa casa de madera. Me he visto escribiéndote mientras
amanece, un poema por cada día que compartamos cama.
Y después acercarme al naranjo, pensando en el desayuno.
Y bailar. Y reír, sobretodo reír. Y anochecer boca arriba.
¡Que hasta he vuelto a ver estrellas! Me hablaron de vos.
Te traje un regalo, espero que te guste. Eran hermosos...




David

lunes, 16 de julio de 2012

Son las 5 y 11 de la mañana. Acaba de ocurrirme algo muy extraño.
Me he despertado de golpe, con un texto en la cabeza. Es el texto más 
hermoso que jamás he podido imaginar. Es muy breve. No creo que 
pueda escribirlo bien, porque estoy medio dormido, pero la hermosura 
del texto estaba en su esencia. Lo bien que lo redacte será lo de menos.
El texto trata sobre los infinitos y sobre las eternidades:


El amor no es para siempre, porque no es constante.
El desamor no es para siempre, porque no te olvido.
Lo eterno de verdad es el reto que nos lleva de uno al otro.
Ese reto me cabe en una mano. Fíjate bien:


















No es sólo un ocho tumbado. Son dos gotas que se besan.
Cada uno de nosotros es una de esas dos gotas.
Y esas gotas son Flores de Bach cuando el reto es amor,
y son dos lágrimas cuando el reto es desencuentro.
Esas dos gotas están en un océano. Enorme y profundo.
Las gotas fluyen y se confunden entre la multitud de gotas.
Y aunque todas las gotas parecen iguales dentro de ese océano,
estas dos gotas siempre se reconocen en cuanto se ven.
Y cuando sale la luna y nada alumbra el fondo oceánico,
las dos gotas se iluminan de golpe, y se quedan a solas.
Y entonces se besan, porque saben que juntas son infinito.
Y el reto se cumple porque no tiene fin. Porque no empieza 
en el amor, ni acaba en el olvido como el resto de retos.
El reto se cumple porque cualquiera de esas dos gotas, sin
pedir nada a cambio, deja que la otra se la beba si tiene sed.
Y así renacen una en la otra, una y otra vez...




Debo volver a la cama, son las 5.43 y mañana madrugo.
Nos vemos pronto gota. Búscame cuando me necesites.






lunes, 9 de julio de 2012











- Te juro que fue como la primera vez que la vi. Ella estaba allí, aún más hermosa de lo que la recordaba, como un ángel, posada tranquilamente, con esa mirada profunda donde podrían nadar diez infinitos sin rozarse, y yo... bueno, yo estaba allí también, con unos nervios que no te podés imaginar. ¿Sabés esa presión en el pecho de alegría indomable?

- Me imagino. ¿De verdad no notaste ninguna diferencia respecto a esa primera vez?

- Bueno, sólo una supongo... 

- ¿Cuál?

- Cuando la vi por primera vez no sabía por qué me gustaba, y ahora que la conocía y me conocía en ella, entendí perfectamente la razón por la que habita tan lejos de mi olvido.

- ¿Y cómo reaccionó?

- Siempre me recibe con una sonrisa. Hasta las veces que no había razones para ello, dibujábamos una en el otro en cuanto nos mirábamos. Es un reflejo. Ya sé que no tiene lógica, pero es inevitable. Hay que vivirlo para entenderlo.

- ¿Y eso te asusta?

- ¿El qué?

- No poder dejar de sonreírle. 

- ¿A quién puede asustarle eso? Podría asustarme pensar que algún día dejara de ocurrirnos, pero es algo químico supongo. Vos sabés más que yo de esas cosas.

- Algo leí en la facultad, pero nunca me ocurrió.

- ¿Y cómo se puede vivir con esa tranquilidad?

- ¿Y cómo se puede morir tan dulcemente? ¿Nada te da miedo?

- No sé explicarte. Uno siente miedo cuando piensa que puede perder algo que ama. Lo extraño de todo esto es que muchas veces sentí que la reencontraba, pero jamás que la perdía. Ella durmió conmigo todo este tiempo, y yo no dejé de soñarla.

- ¿Y si no tenés miedo, qué viniste a contarme?

- No vine a contarte nada. 

- ¿Entonces?

- Sólo quería preguntarte si vos creés que se puede escribir el futuro.






David Rebollo
 

Copyright 2010 El coleccionista de silencios.