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viernes, 27 de marzo de 2015


En la ciudad de los lugares comunes todos hablan de frío;
se van cubriendo la duda hasta el último botón,
hasta que ya no lo sienten, 
porque lo son.

Pero jamás se resfrían, procurando no pisar un solo charco;
los niños no pueden correr, atrapados en sus bufandas,
y ni sus madres sonríen 
cuando las aprietan.

Allí los humanos ya no caminan, sino que deambulan;
reconocen de memoria los salmos de la cotidianidad,
y los repiten,  una y otra vez,
en el vagón y en los ascensores.

Su pedagogía cabizbaja, sin amor pero sin mácula,
les ayuda a jamás sobrepasar los límites pintados;
si hay una línea, se la obedece,
en los museos y en los andenes.

Y luego cambian. 
Se perfilan los lunes,
velando la vida.

Y no cambian.

Un poco del otro lado estoy yo,
pensando en las hormigas.

De ellas concluyo como quien 
confunde la balsa y la lágrima,
el perro con la esfinge.




martes, 3 de marzo de 2015

He tropezado veinte escalones, cayendo sobre un alfombrado de flores y media luna, descosido a dos agujas. He visto árboles haciéndole guardia a la noche. 
Entre ellos he caminado un sendero de candiles. De lejos todos brillaban, marítimos y magnéticos. Pronto, la mirada inquieta de alguno se me ha atravesado en el recuerdo, y mis palmas han empezado a arder. 

No debo tocarlos; 
yo sé que no debo tocarlos. 

De protegerlos se encargará el bosque, mostrando el color que refleja sólo al viajante del sueño. Los despiertos siguen estando a tantas horas de aquí... 
Ahora voy tranquilo, arrancándole baldosas al terraplén. Estoy seguro de lo que hay detrás. Y no es un sol amaneciendo arrebatado, sino el último de los faros.




 

Copyright 2010 El coleccionista de silencios.