"Se acabó Carlota. Y es tan corto como duro de escribir. Pero es así, no doy para más.
Perdóname por haberte traído hasta aquí. Perdóname por haberte elegido como mi única salvación y esperanza. No puedo seguir viendo como la ilusión se deshilacha un poquito más cada día, tengo que romperla antes que soportar su agonía, que supongo, es la misma que la tuya. El querer y no poder. El poder de no querer. Llegado a este punto, no puedo pretender dejar de amarte de la noche a la mañana, pero sí ayudarte en la complicada tentativa de desgastar mi recuerdo. Por eso me estoy marchando poco a poco, por eso, lentamente, voy desapareciendo de todos los lugares en los que me venías buscando. Me lo has enseñado todo; la felicidad, el amor, el dolor, la amistad, los celos, el sexo, la belleza más pura, el rencor, el feliz recuerdo y el olvido, en carnes propias y ajenas. He procurado ahogar en mí todas las sensaciones negativas y ahora, tan adentro como las he empujado, no tengo energía para estirar el brazo y restaurarlas. Tampoco tiene sentido, ni lo mereces después de todo este tiempo. Es demasiado tarde. Yo lo he elegido. Sólo Yo. Siempre que me has negado tu cercanía he agachado la cabeza y coleccionado un silencio, sabedor de que no iba a rendirme ni a dejar que te salvaras. Simplemente callaba y sonreía porque sabía que el tiempo me daría la razón. En parte lo ha hecho alguna vez durante este año, pero no ha sido suficiente. Por mí le daría una vida entera de tiempo al tiempo, pero me la está acortando a velocidad de vértigo. Me estoy haciendo daño. Y no es algo de lo que deba nadie sentir lástima. No te estoy culpando. Es una llama que se va apagando y quema, pero uno se aferra tanto a lo poco que ha conocido y amado, que todo lo demás, aún siendo seguro y tranquilo, le resulta insuficiente. Pensándolo así, nadie puede albergar culpa en ello. Y menos vos, estáte tranquila. No he venido a recordarte las cosas que hiciste mal, porque ya te las perdoné, porque ya no sé cuáles son, porque sé que las buenas las triplicaron, y porque las he repartido todas a un cincuenta por ciento, así podemos estar en paz, siempre que tú sepas hacer lo mismo con las mías.

Así que el olvido no lo debiéramos ambicionar, hay mucho que recordar y por lo que sonreír. Tampoco te pediré el rechazo ni la renuncia, porque aunque a ti te haya dado miedo y yo no haya querido entenderlo, es algo ya supuesto, aún sin ser total. Sé que te esfuerzas en convencerte de que la custodia de mis labios te la confiscaste vos misma al negarme la de los tuyos. Pero seguimos siendo un poco el uno del otro. Sé que quieres amarme pero no ahora ni en esta ciudad. Lo sé todo, sé que es sin mala fe, sé que eres una persona de buenas intenciones conmigo. Me has regalado un amor. Un amor de los de verdad. El primero. Un amor por el que morir y por el que matar. Era lo que siempre deseé vivir y tú lo volviste realidad, lo perfumaste de magia. Ahora podría morir tranquilo. Es algo que siempre recordaremos como positivo: la oportunidad que nos dimos, el laberinto que creamos y en el que nos perdimos, pero siempre de la mano y con orgullo. Durante este triste año, hay dos palabras que nos han llenado la boca, y que nos hemos repetido hasta la saciedad: gracias y perdón. Pues bien, las gracias (aún sabiendo que padezco esta reiteración en un escrito tras otro) te las doy una vez más. Has grabado tu nombre a fuego en mi pecho, y sólo atesoro los buenos momentos (abundantes e inolvidables). El perdón te lo otorgo por completo en cualquier aspecto del que se te ocurra culparte (que no debiera ser ninguno). Por mi parte, me perdono a mí mismo (no sin antes haberme hecho mil juicios) y doy por pagadas todas mis deudas con la incalculable sanción de tu lejanía. Por último te pido perdón a ti, terminando esta carta como he empezado a redactarla. Perdón por mi incapacidad de renunciarte y de convencerte. Perdón por haberte hecho sentir sola. Perdón por querer existir en tus mundos paralelos. Perdón por cada reproche y por cada silencio. Perdón por haber pulsado el botón que me impide saber de vos (es lo justo si no te dejo saber de mí). Perdón por haberte escrito este testamento interminable. Perdón por no haberlo escrito antes. Y sobretodo, te pido perdón por quedarme en tu recuerdo, sin saber cómo ni con qué pretexto. Sé que sabrás perdonarme. Si no vos, la personalidad a la que me referí al principio. Es necesario que nos perdonemos para poder ser felices, y no importa que lo hagamos mil veces y reincidamos en las disculpas a cada momento.
Seguimos el camino que nos dictó la película. Vivimos el amor poético y sufriremos la cercana lontananza cuando el avión cruce el Atlántico. La segunda parte ya la improvisaremos. Le cambiaremos el final. De momento somos invencibles, juntos o alejados. Todo esto no son más que palabras. Algún día les encontrarás el sentido a todas y cada una, te lo aseguro. Es disparatado pero creo que le estoy escribiendo a tu Yo de aquí a diez años. Tal vez, en los tiempos venideros se te asigne este rol mío en alguna relación. No es más complicado que el tuyo, desde luego, así que no debes preocuparte por ello. Creo que lo importante a hacer en estos casos es ofrecer a la otra persona (vos en este caso) la confianza y la certeza de que se la deja en total y absoluta libertad. LIBRE. Si no se hace así es muy complicado que esa persona no acumule algo de culpa propia y la transforme en rencor ajeno. Ahora ya no hay nada que perder, está toda nuestra ciudad por reconstruir. No viertas más lágrimas en este pozo, no te ahogues. Escapa volando. Vuelve con los pájaros, que son tus hermanos, y no pienses más en estos versos. Ni en los de ayer. Sé libre porque libre te quiero. Libre y feliz. No importa lo lejos que te sienta mientras sepa de tu felicidad. Sólo procura dejar de pensarme. Si me nombran, no les escuches. No soy ese del que hablan. No vuelvas a los lugares en los que fuimos felices sin mí, porque se vuelven fríos y vacíos cuando el otro falta. Y sobretodo sonríe y no olvides jamás la estima que te tengo. Quédate en el cielo, no bajes más aquí. No entres a releer, no alimentes los dolores.
Ahora recuerdo aquella frase que me escribiste el último Agosto. Te la voy a usar ligeramente modificada para poder contarte algo: “Siempre fuiste capaz de todo, incluso de dejar que me rindiera”. De lo primero estoy seguro. De la segunda parte, no estoy en absoluto convencido. Allá donde vaya dejaré un rastro de migas. Serán sólo migas, ni súplica ni obligación. El día que me necesites, para lo que fuere, tendrás mi brazo tendido, mis ojos y hasta un riñón. Lo que precises. Porque después de todo yo te llevé a la Luna, pero tú me has regalado el Sol."