No es tu recuerdo lo que me atormenta.
Es tu piel lejana, que se me vuelve extranjera.
Es tu elección de salvarte,
y mis ganas de salvarte de ella.
El deambular entre bostezos, esperando recostarme
en tu sueño, igual que vos paseás por los míos,
y sos raíz de mis árboles. Y en ellos te encuentro
como te recordaba, mansa y esquiva, y sólo sufro
cuando descubro que estoy soñando, porque
presiento que el despertar me supone una derrota.
No es tu recuerdo lo que me enamora.
Son tus defectos y ausencias.
Son las ganas de hacerte el amor y quedar empate.
De tocar el violín en tu espalda, y durante dieciséis
primaveras eternas no dejar de rozar tus cuerdas,
sin esperar a cambio nada más que tus temblores.
Y después, abrazar tu cabeza en mi pecho, y
escribirte un paraíso de caricias, navegando en
la paz de tu respiración, para que cuando nos
durmamos, pueda encontrarte dentro del sueño,
y convencerte, simplemente mirándote a los ojos,
de quedarnos a vivir en la casa que, noche tras
noche, allí te estoy construyendo.
David.
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