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domingo, 16 de septiembre de 2012


"Les Tournesols" es posiblemente el café más concurrido de París. Por sus mesas se van sucediendo burócratas, pintores y poetas, bailando un vals de prisas, risas y musas. Poco antes de las ocho entra una hilera de niños a comprar su desayuno. Se posan impacientes con sus uniformes marrones y sus macutos de piel desgastada. Del otro lado, Clémentine va envolviendo los croissants y brioches y se los va entregando en mano con suma delicadeza. Poco después repican las campanas de Notre Damme, los pequeños cruzan La rue de les fleurs y se acercan al "Lycée Victor Marie Hugo".
A todo esto, el astronauta reposa pensativo en una de las mesas del café, apoyado en la ventana, observándoles entrar en el colegio entre gritos y empujones mientras remueve la cucharilla del café.
Ya poca gente recuerda su auténtico nombre, y no importa. Es conocido por su costumbre de sentarse siempre en la misma mesa a la misma hora, sacar su libreta estampada, su pluma negra y pasar los minutos contemplando la vida del café. Al entrar y dejar el abrigo, Clémentine le saluda y sirve el desayuno del día. Le resulta un tipo misterioso, con su mirada intrigante y su mente volátil, siempre ocupada en poesías y cuentos. Sabe de él que está escribiendo un libro de relatos. A veces le resulta hipnótico, allí concentrado, haciendo danzar la pluma por los papeles desordenados que va esparciendo entre las tazas y los platos. Lleva dos meses leyendo su libreta de reojo cuando limpia las mesas cercanas a la suya. Le gustaría ayudarle, pero no se atreve a hablarle más allá de las formalidades por miedo a molestarle. Lo último que sabe es que escribe acerca de una mujer que acude al café cada mañana. Mientras pasa el trapo por el mostrador, le ve a lo lejos sonriente, mirando a través del cristal, cautivado por la joven sentada del otro lado, en una de las mesas de la terraza. Clémentine se pregunta qué habrá visto el astronauta en aquella mujer. ¿Por qué ella? con toda la gente extravagante que frecuenta "Les Tournesols"... Lo que Clémentine posiblemente desconoce es que si la viera con sus ojos se enamoraría de ella. Más allá de su pelo brillante hay algo que no alcanza a descubrir. Analiza su rutina, cuestionándose qué habrá de poético en todo ello, y le sirve el café como ella se lo pide. Debe ser la única chica en todo París que toma el café en vaso y no en taza. El astronauta la observa abriendo los dos sobrecitos de azúcar y vertiéndolos con paciencia. Después, hace circular suavemente la cuchara por los bordes del vaso con un ritmo tranquilo. Al terminar, da un pequeño sorbo y busca un cigarrillo en su bolso. Cuando lo encuentra, lo coloca entre sus labios y lo prende mientras lo cubre con sus manos. Una vez ha soltado el humo, baja el cigarrillo hasta la altura de su cintura y lo sigue quemando, aunque ya esté encendido. Clémentine puede ver al astronauta absorbido por sus movimientos, e imagina qué extraña historia estará creando a su alrededor. De repente ya se han ido. De la mesa del astronauta recoge las migas de la medialuna y la taza. Después, se acerca a la mesa de la joven, la recoge también y acerca la bandeja hasta el mostrador. Cuando la deja, descubre algo atrapado entre el vaso y el plato de porcelana de la mujer misteriosa. Son los sobrecitos de azúcar, introducidos uno dentro del otro con esmero y elegancia. Fascinada, se los guarda en el bolsillo y sigue atendiendo a los clientes, desconocedora de ser el hilo conductor de la historia más importante del astronauta. La historia de su luna. De su lunar. 
Anclado a la mesa en la que le escribió esta canción:

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

No te reconozco en estas líneas, después de tanto tiempo.

David Rebollo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=DjkN62cxLZc

Anónimo dijo...

Tú le quisiste.

David Rebollo dijo...

Me inspiraste.

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