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lunes, 9 de julio de 2012











- Te juro que fue como la primera vez que la vi. Ella estaba allí, aún más hermosa de lo que la recordaba, como un ángel, posada tranquilamente, con esa mirada profunda donde podrían nadar diez infinitos sin rozarse, y yo... bueno, yo estaba allí también, con unos nervios que no te podés imaginar. ¿Sabés esa presión en el pecho de alegría indomable?

- Me imagino. ¿De verdad no notaste ninguna diferencia respecto a esa primera vez?

- Bueno, sólo una supongo... 

- ¿Cuál?

- Cuando la vi por primera vez no sabía por qué me gustaba, y ahora que la conocía y me conocía en ella, entendí perfectamente la razón por la que habita tan lejos de mi olvido.

- ¿Y cómo reaccionó?

- Siempre me recibe con una sonrisa. Hasta las veces que no había razones para ello, dibujábamos una en el otro en cuanto nos mirábamos. Es un reflejo. Ya sé que no tiene lógica, pero es inevitable. Hay que vivirlo para entenderlo.

- ¿Y eso te asusta?

- ¿El qué?

- No poder dejar de sonreírle. 

- ¿A quién puede asustarle eso? Podría asustarme pensar que algún día dejara de ocurrirnos, pero es algo químico supongo. Vos sabés más que yo de esas cosas.

- Algo leí en la facultad, pero nunca me ocurrió.

- ¿Y cómo se puede vivir con esa tranquilidad?

- ¿Y cómo se puede morir tan dulcemente? ¿Nada te da miedo?

- No sé explicarte. Uno siente miedo cuando piensa que puede perder algo que ama. Lo extraño de todo esto es que muchas veces sentí que la reencontraba, pero jamás que la perdía. Ella durmió conmigo todo este tiempo, y yo no dejé de soñarla.

- ¿Y si no tenés miedo, qué viniste a contarme?

- No vine a contarte nada. 

- ¿Entonces?

- Sólo quería preguntarte si vos creés que se puede escribir el futuro.






David Rebollo

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