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domingo, 20 de mayo de 2012

En aquel auto plateado apenas entraba el aire. 
Dentro, Estela revivía sensaciones que creía olvidadas,
su piel ya no era su piel, sino una alfombra de huellas.
Fuera, la noche parecía acogerla entre sus brazos,
y entre el repicar de la lluvia y los relámpagos,
descubrió lo difuso de los límites, lo relativo de los
recuerdos, que a la vez que se volvían débiles,
brotaba en ellos la fuerza de lo feliz, pues no había
sido traída al mundo para dejar un rastro de 
inseguridades, sino para descubrir todos los 
colores y pintarse del que más le gustase.
Por eso al volver, se quitó los zapatos, los guardó
en su bolso verde, y caminó pisando charcos
hasta el balcón de su cielo, en el que algunas 
noches también llovía, pero llovía un agua tan 
dulce que le resultaba imposible no volver a su
encuentro. Y bajo él se posaba frágil, silbando 
hasta que apareciese una silueta tras el ventanal. 


Cinema Paradiso (1988)


David.



1 comentarios:

Anónimo dijo...

Sos grande.

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