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martes, 1 de junio de 2010

Como marcaba la costumbre, a las diecinueve horas sus manos volvieron a abrir la puerta. Se sentó antes de articular palabra alguna y pidió un vaso de amnesia. Detrás de aquel muro de recuerdos, el hombre del delantal servía gustoso el costoso pedido.

Aquella vez no se dignó ni a mirar la copa. Sus ojos desnudos y cansados sólo fueron capaces de hacer un pequeño gesto de aprobación cuando aquella amnesia ardía por su esófago. En aquel momento, aquel bebedor, igual que tantos otros a sus lados, se olvidó de quien era para, con ello, conocerse más que nunca. Después de dos horas con los ojos cerrados, intentando recordar cómo y para qué abrirlos, se decidió. El repartidor de amnesia le observaba atentamente.

Fue entonces cuando los ojos desnudos del bebedor amnésico se vistieron de cuero, y atravesando los de su benefactor, consiguió balbucear. - ¿Dónde está la mujer que te gusta? - Trabaja en el distrito norte, ella reparte amor, pero a duras penas conserva un gesto amable para mí. Nunca supe cómo conquistarla, por eso elegí éste trabajo.- El bebedor amnésico empezó a recordar. – ¿Cómo se llama?- preguntó, a lo que el hombre del delantal respondió con una cara desazonada perfectamente recordada por el amnésico como un acto de desinterés y dolor. Tras darse cuenta de las pocas ganas de hablar del hombre, prosiguió. - Es curioso; vosotros los humanos os pasáis la vida hablando de vuestros objetivos, de todo lo que hacéis para conseguir aquello que os proponéis. Sin embargo, vuestra contradicción hace que olvidéis éste afán cuando se trata de amor. Jamás escuché a un hombre confesar a un desconocido sus estrategias de seducción o no tratar de justificar sus fracasos. ¿Por qué me confiesas la triste razón de tu trabajo y no la de tu desamor? - Porque trabajos los hay a raudales, y no los necesito para vivir. En cambio… - En aquel momento la cara del amnésico cambió radicalmente, y ello hizo que dudara si continuar su explicación. Se conformó con un resumen apático de su sentir: - Necesito que me quiera. - No puede quererte.-se apresuró a contestar el bebedor, que a su vez iba regresando de su estado de omisión temporal.- jamás sabrá valorarte. Elegiste la peor manera de seducirla, mírate; la estás imitando.
La expresión del camarero se tornó burlona. Miró la copa que sostenía su interlocutor y afirmó con vehemencia. -¿Cómo puedes pensar tal tontería? Elegí este trabajo por miedo a no poder olvidarla nunca. – Pero antes de que el bebedor se lo dijese, como si de una aparición divina se tratase, una espontánea y oportuna lucidez se alojó en su pensamiento y ofreció a su conciencia los elementos de los que hasta el momento carecía. Recogió la copa todavía con gesto sorpresivo, la sujetó a la altura de su cintura y se intentó ver reflejado en el fondo, pero antes de lograrlo, sus lágrimas ya lo habían ocupado.

Puede que en el distrito norte de aquella mente a aquella copa la llamasen amor. Sin embargo la esencia que contenía no encerraba diferencia alguna con la que ahora se había llenado de dolor líquido. Y así, aquel hombre, que compartía el mejor trabajo del mundo con la mujer que amaba, entendió una noche más que la mejor amnesia la suministraba el amor y que no existía mejor amor que el que destilaba su corazón cuarenta centímetros al sur de su mirada.
Apenas tuvo tiempo para despedirse del bebedor aquella noche.

Sus ojos se abrieron. Su mente despertó.
Faltaban diecinueve horas para reencontrarse.


El bebedor de absenta, de Viktor Oliva en 1901.
La pintura original se encuentra en el Café Slavia de Praga.



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