Sin embargo, el cemento que les envolvía distorsionó la melodía hasta el desafine.
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lunes, 28 de junio de 2010
Sin embargo, el cemento que les envolvía distorsionó la melodía hasta el desafine.
jueves, 24 de junio de 2010
domingo, 20 de junio de 2010
sábado, 19 de junio de 2010
La luz me deslumbra, y me levanto de la cama abandonando mi posición fetal.
Cada mañana gateo hasta que aprendo a caminar, me dirijo a la ducha y a la nevera,
Cada día tengo que aprender a sonreír. Renazco inocente, así que durante el día debo aprender a tratar a la gente como alguien que perdió su inocencia, tengo que esforzarme en perder mi imaginación y mi ilusión por cada nuevo descubrimiento, intento disimular mis sueños imposibles, mis pataletas infantiles y mi amor unidireccional.
Tal vez por ello sufro tanto. No pretendo que me entiendan, pero me sentiría mejor si supiese quién renace de la misma forma que yo, o por lo menos, supiese de dónde renazco...
Posiblemente preferiría no saber que mañana renaceré de nuevo, porque renacer cada día, implica morir cada noche, y así estoy, escribiéndote éste epitafio mientras muero una noche más, esperando que algún día quieras renacer a mi lado.
Mañana será otro día.
Mañana será otra vida.
miércoles, 16 de junio de 2010

lunes, 14 de junio de 2010
sábado, 12 de junio de 2010


viernes, 11 de junio de 2010

Se trataba de un hombre anormal y una mujer poco corriente. Ambos sabían que sólo les separaba una puerta. Cuando sus orejas rozaban la madera eran capaces de oír con claridad la respiración ajena y así se conocían, pero el misterioso clausurar de la puerta impedía la escucha de gritos, golpes o susurros. Sin embargo, se les podía definir como la prosopopeya del miedo. El tiempo pasaba y ninguno se decidía a dar el paso. Temían llegar pronto a la vida del ser adyacente, y con ello deshacer todas las esperanzas que la tediosa espera estaba suscitando. ¿Cuánto podían llevar ahí? Una semana era ridículamente escasa; un mes era demasiado poco; un año era mucho arriesgar; una década no aseguraba nada. Y así pasó el tiempo (por lo menos en su espíritu) hasta que un amago de impaciencia hizo mella en aquel hombre alto.
Antes de decidirse, meditó concienzudamente las desventajas del riesgo que asumiría. Creyó barajar todas las hipótesis posibles antes de cometer tal atrevimiento. Tanto cavilar en una posible repercusión negativa le hizo dudar del grado de corrección de su tentativa, pero las noches sin escuchar el gritar silencioso de la respiración femenina en la habitación contigua le hacían presagiar que no podía perder más tiempo. De esta forma su brazo empezó a temblar, y su mente a saturarse: ¿Y si después de tanto tiempo, la puerta estaba cerrada?, ¿Y si en la habitación de la mujer había dos puertas y algún apuesto poeta había abierto la alternativa? ¿Y si la mujer no fuera quién él esperaba o él no lo fuese para ella? Estaba tan desorientado que llegó a pensar en la remota posibilidad de que ella no existiese realmente. Que la alcoba contigua fuese una dimensión paralela, algo parecido a un espejo sensorial. Antes de que en su cabeza resonase el quinto “y si…” su mano ya había rodeado el pomo caoba. Empezó a girarlo más rápido de lo hubiese querido, demasiado rápido, como las agujas de un reloj de arena.
Cuando el cierre hermético se deshizo, un olor putrefacto irrumpió en la escena. El nerviosismo se transformo en pavor, pero no pudo evitar saciar su apetito curioso. Lentamente el constante crujir de la puerta puso banda sonora involuntaria a aquel tétrico suceso. El lugar se mostraba vacío pero una pestilencia insufrible se erigía desde debajo de una cama lúgubre. El hombre se agachó con el alma temblando y sus ojos visionaron algo inimaginable, y consecuentemente, muy difícil de describir. Era un fotograma imposible, como si se tratase del descubrimiento de un color hasta ahora desconocido… Pues bien, el color era lóbrego: un cadáver con un escaso pelo rubio extremadamente seco se mostraba descompuesto en posición fetal y con una expresión facial de pánico inmenso. Sus uñas presionaban sus pies, como los de un niño con miedo a la oscuridad en una noche de tormenta. El estómago del hombre no fue capaz de digerir aquella sensación. Fue entonces cuando se giró hacia la puerta mirando a sus pies y el suelo se empezó a llenar de bilis. Cuando después de un largo rato, sintió aliviado su ahogo físico, pensó en hacer lo más lógico: volver a su habitación, cerrar la puerta y no volver jamás a ese infierno de sensaciones.
jueves, 10 de junio de 2010

miércoles, 9 de junio de 2010

martes, 8 de junio de 2010
martes, 1 de junio de 2010
